“Un hecho puede ser una gota; lo que se suele interpretar o razonar de ciertos hechos es un océano”
¿Tiene más valor el mundo ideal?
Desde que tenemos conciencia, o razón, la humanidad se ha preguntado por eso que existe al interior de cada individuo y que no se puede ver o tocar, pero que sabemos que está ahí porque lo sentimos, lo pensamos, lo creemos o lo imaginamos. Contrario al cuerpo, las cosas y los acontecimientos que sí se pueden percibir a través de los sentidos.
A esto la filosofía lo llamó el dualismo ontológico, una visión de la vida que reconoce dos realidades; el mundo material o sensible y el mundo de las ideas o inteligible. De acuerdo con Platón, el mundo sensible hace referencia a todo aquello que es visible, mutable (cambia), temporal, corpóreo, finito e imperfecto. Mientras que ese mundo inteligible es invisible, inmutable (no cambia), eterno, no corpóreo, infinito o perfecto.
Esta visión de los seres humanos ha sido acogida e incorporada en las prácticas de vida por muchas sociedades, culturas y comunidades a través del tiempo. Y aunque no se puede desconocer el gran valor que tienen estas dos dimensiones en la configuración de la identidad de una persona, es prudente reconocer también que esta visión fragmentada y tan radicalmente diferente una de la otra ha provocado diversas crisis en la subjetividad de un individuo.
La perspectiva de un mundo interior idealizado que no se puede ver, solo imaginar y quizás alcanzar en otra vida o en un estado de pureza y sabiduría total, le resta valor o importancia a
todo aquello que sí se puede ver, percibir y sentir (el rostro, el gesto, el cuerpo, el acontecimiento).
No conforme con lo anterior, la valoración de mayor importancia que, socialmente, se le da a ese mundo inteligible frente a la realidad sensible, nos ha llevado a creer que la verdadera
realidad es la que crea la razón, a partir de la interpretación de un hecho, de una verdad preestablecida (prejuicio), de un interés particular o a veces a partir de una experiencia manifiesta.
Un hecho, un Gesto: realidad o idea
Las creencias surgen principalmente de experiencias. Un lugar puede ser considerado peligroso ya sea porque un sujeto o un grupo de personas sufrieron una situación adversa en éste y compartieron su experiencia para alertar o prevenir a otros o porque se han replicado comentarios de este tipo creando un imaginario del lugar en cuestión
Asimismo, una persona puede ser considerada antipática porque quizás fue grosera con alguien en algún momento y ésta se encargó de multiplicar esta experiencia creando una idea en los demás de la personalidad del sujeto con quien tuvo el altercado.
Ambos ejemplos hacen referencia a experiencias específicas de unos sujetos con un lugar o con un individuo, no obstante, asumir como verdadera la idea que los protagonistas promueven en ambos casos, no sería justo, ni mucho menos verdadero.
Así se crean muchas de las creencias que aceptamos como válidas y que replicamos en la vida cotidiana. Acogemos verdades sobre nosotros o sobre los otros a partir de las experiencias de otros o los imaginarios de otros o las ideas de otros, sin darnos la oportunidad de vivir o conocer para asumir un juicio producto de nuestra propia experiencia.
Ver más allá de las ideas… Vivir a pesar de las creencias
Con base a lo anterior, el reto es superar las ideas que nos hacemos del mundo, de los otros y de nosotros mismos para poder reconocer con más asertividad una experiencia, un acontecimiento, una forma de ser.
Cuando dejamos de ver a los otros y a nosotros como ideas, es decir, desde los prejuicios, los estereotipos y los estigmas, seguramente vamos a generar mejores relaciones con nosotros y con los otros.
En ese momento, nos veremos como oportunidades de cambio, o como sujetos de transformación, o como personas libres que confían en sus capacidades para crecer, abandonar sus creencias limitantes y fluir en lo que les hace felices y les brinda satisfacción. Es decir, fluir en lo que realmente somos los seres humanos, sensibilidad